20 oct 2012

La casa del dolor de Marta

    Lo que te voy a contar ahora sucedió realmente. Puedes comprobarlo:
    El dos de julio de 1932, el guionista y director de cine Paul Bern se casó con la sex symbol de la época Jean Harlow. Dos meses más tarde fue encontrado desnudo con un disparo en la cabeza en su mansión de Beverly Hills. La investigación que se hizo entonces llegó a la conclusión de que se trataba de un suicidio y para evitar escándalos los representantes de la MGM crearon una explicación y pruebas para la misma. La razón que dieron para el suicidio de Bern fue que era impotente. Se encontró una nota cerca de su cuerpo que creaba más preguntas y no aclaraba nada. A día de hoy siguen habiendo rumores y teorías que aseguran que Bern fue asesinado.
    En 1966, la casa de Bern pertenecía al peluquero Jay Sebring. Una noche, Sharon Tate, su amante entonces, se despertó sobresaltada una noche. Cuando encendió la luz se vio sorprendida por una fantasmagórica figura que según Tate se parecía a Paul Bern. Tate salió corriendo del dormitorio para encontrarse un horror mayor: otra figura fantasmal. Esta otra aparición era una figura encapuchada que estaba atada al pie de las escaleras y la cual sangraba abundantemente por su garganta cortada. Si bien el rostro no se veía, Tate tuvo la sensación de que se trataba de ella misma o su amante Jay Sebring.
    En 1968, Tate tenía una nueva pareja: el director de cine Roman Polanski. Polanski acababa de triunfar con su película La semilla del diablo, en la que se representaba a una secta satánica. En la noche del nueve al diez de agosto de 1969, mientras Polanski se encontraba fuera del país por una película, en su casa se encontraban Sharon Tate, entonces embarazada de Polanski, Jay Sebring, Wojciech Frykowski y Abigail Folger; todos ellos fueron asesinados por la secta de Charles Manson, la Familia.
    Manson creía que la canción Helter Skelter escrita por John Lennon era una señal para empezar su racha de asesinatos. En 1980, Lennon fue asesinado a la puerta de su casa, que entonces se encontraba en el edificio Dakota de Nueva York. Edificio en el cual Roman Polanski había filmado el clásico La semilla del diablo.
    Todo lo que te voy a contar a continuación es mentira.

    Marta Duna entró en el café Miralls de Barcelona, se sentó en una mesa del fondo, dejó su teléfono móvil encima de la mesa, pidió un cortado y se puso a leer Postales de Invierno de Ann Beattie mientras esperaba que llegase Romeu Torba.
    Llevaba cinco minutos esperando cuando el móvil empezó a vibrar sobre la mesa. Marta miró quién llamaba y contestó.
    -Ey, Laurota, ¿qué pasa?
    -Dime, ¿qué haces el viernes?
    -No sé. De momento nada. Depende de cómo vaya con el Romeu.
    -Pues ya tienes plan para el viernes. ¿Te acuerdas de cómo fue escuchar la canción bizarra?
    Laura Miró, la amiga con la estaba hablando Marta, se refería a la canción We All Love Peanut Butter de One Way Streets. Marta y Laura la escucharon por primera vez una tarde que estaban en casa de Laura fumando porros y escuchando música garage de los años sesenta. Ambas se quedaron fascinadas por la extraña y apocalíptica letra de esta canción.
    -Pues he encontrado un espectáculo que es casi lo mismo. No se parece a nada que hayas visto antes.
    -Vale, mira, ya hablaremos más tarde que puede llegar ya pronto.
    -Vale, venga. Que haya suerte. Un beso.
    -Un beso. Hablamos.
    Marta colgó. El deseo de buena suerte por parte de Laura tenía su origen en la complicada relación que habían mantenido en los últimos meses Marta y Romeu. Habían empezado a salir hacía casi seis años, al poco de empezar ambos a estudiar en la Facultad de Filología de la Universidad de Barcelona. Y al principio todo era maravilloso como suele ser. Es por eso que al cabo de sólo tres años empezaron a vivir juntos. Demasiado pronto, según amistades de ambos. Pero ¿qué más daba lo que dijeran los demás? Ellos no sabían lo bien que estaban juntos ni lo lógica que era aquella decisión desde todos los puntos de vista.

    Al cabo de un año de vivir juntos las discusiones entre ellos eran cada vez más frecuentes. Una noche que Romeu salió con sus compañeros de trabajo, se enrolló con una chica con la que ligó en un bar al que fueron a tomar unas cervezas. La chica se llamaba Joanna y él nunca supo como se apellidaba. Se apellidaba Clima. Se empezaron a besar y a buscarse con las manos entre la multitud que llenaba el local. Más tarde fueron a casa de ella y se pusieron a follar. La primera vez él se corrió antes que ella, pero la segunda vez ella también se corrió.
    Joanna estudiaba Bellas Artes, tenía un bonito pelo negro y ojos grandes. Se parecía a Barbara Steele. Le gustaba escuchar a Sufjan Stevens y a April March. Unos meses más tarde de follar con Romeu se casó con un ejecutivo de La Caixa y dejó los estudios.

    En otra ocasión, Marta salió con sus amigas de la universidad a celebrar que habían aprobado una asignatura particularmente complicada. Mientras bailaban en la disco Karma, Marta se fijó en un atractivo chico que la miraba mostrando interés. Marta se apartó de su grupo y se acercó al chico para evitar llamar la atención de sus amigas. “Voy al lavabo”, les dijo. Él se llamaba Pep, Mata nunca supo su apellido pero era Lib. A Marta le gustó y quedaron fuera. Se despidió de sus amigas alegando cansancio, aunque el lunes le explicó a Laura lo que realmente había pasado, cosa que Laura ya se olía.
    Fueron a casa de él. Marta tuvo un primer orgasmo mientras Pep le hacía un cunnilingus y un segundo mientras follaban. Pep le hizo una foto a Marta desnuda y la guardó como recuerdo. Marta normalmente no habría aceptado pero se encontraba en un estado de mareada satisfacción que la llevó a decir sí.
    Pep guardó la foto durante años y nunca se la enseñó a nadie. Cuando a los ochenta años Pep murió, la foto fue encontrada por una de sus nietas, Mireia Dai. Mireia empezó entonces a investigar quién era aquella desconocida pero jamás lo averiguó. Escribió un libro relatando la experiencia que se convirtió en un gran éxito de ventas. El libro se tituló Media Luna por una pequeña marca de nacimiento que tenía Marta sobre el ombligo.

    Incidentes como estos no fueron aislados. Ni Marta ni Romeu fueron conscientes de las infidelidades del otro. Esto no ayudó a su relación. La convivencia entre los dos se empezó a hacer tensa, malo, o aburrida, peor. La verdad era que Marta seguía queriendo y mucho a Romeu y él a ella igual, pero a veces el amor no es suficiente.
    A mitad del sexto año de relación decidieron darse un periodo de reflexión. Un periodo en el cual cada uno por su lado analizaría la relación y decidirían que hacer.
    Una noche, durante este periodo de reflexión, Laura sacó a Marta de fiesta porque la veía muy deprimida. Fueron haciendo ruta por los bares del Barrio Gótico. En uno de estos locales Marta conoció a Sastre, que en realidad se llamaba Hugo, y se enrollaron sentados en un sofá, ignorados por el resto de las personas que se encontraban allí. Quiso el destino que Romeu entrara en aquel mismo local y viera a Marta enrollándose con Sastre, aunque él no sabía como se llamaba el tío con el estaba Marta. Romeu pidió a los amigos con los que estaba que salieran de allí inmediatamente.
    Al cabo de un par de días Romeu se enfrentó a Marta y le pidió explicaciones. Tras una larga y amarga discusión, Romeu dio por terminada la relación.
    Fue un duro golpe para Marta. A veces se ponía a llorar en el trabajo y la mandaban a casa. En casa, que compartía con Laura, hacía poco más que quedarse tirada en la cama, escuchando The Shangri-Las, Glasvegas y la canción It’s Raining On Prom Night del musical Grease hasta el punto que Laura amenazó con tirar el CD por la ventana si no dejaba de escucharlo.
    Al cabo de un par de semanas se volvieron a ver Romeu y Marta. Empezaron intentando hablarse de forma civilizada y acabaron enrollándose. De forma esporádica durante las siguientes semanas se acostaron juntos.
    Aquella tarde que Marta esperaba que Romeu llegara, tenía la esperanza de que fuera el primer paso para darse una segunda oportunidad y volver a salir juntos de forma oficial.
    Al cabo de unas cuantas páginas Marta no se acababa de decidir sobre si el libro era muy divertido o muy triste y también se dio cuenta de que Romeu llegaba media hora tarde. Algo que no era normal en él. Tal vez se había estropeado el metro. Marta no le dio excesiva importancia. Sin embargo, cuando pasada una hora él todavía no había llegado, Marta le llamó.
    -Hola, oye, ¿qué pasa que no has llegado todavía?
    -¿No has visto el mail que te he enviado?
    -Eh, no. ¿Qué mail?
    -El mail en que te digo que ya no quiero que nos veamos más, que doy lo nuestro por acabado y que ya no me interesas.
    -…
    -Tendrías que mirar el correo más a menudo. En fin, ya lo sabes. Por mi parte todo ha terminado.
    -…
    -Bueno. Pues adiós.

    Cuando Marta tenía ocho años se cayó de un árbol al que había trepado para enseñarle al idiota de Marc Dufi que podía trepar por cualquier árbol. En un primer momento no sintió nada cuando cayó al suelo. Poco a poco el dolor se fue extendiendo desde sus posaderas. En su cabeza, Marta vio como se extendía una mancha de vino cuando la absorbía una servilleta de papel. Entonces empezó a llorar.
    Aquel momento en el café Miralls fue bastante parecido. Al principio Marta se había quedado demasiado aturdida para responder nada. Después de que Romeu colgara se quedó quieta con el móvil todavía pegado a la oreja como si siguiera hablando. Poco a poco dejó el teléfono sobre la mesa. Pagó el cortado, recogió sus cosas y se fue para casa. Mientras caminaba de vuelta a casa la gente se quedaba mirando su pálida cara y su expresión de absoluta desolación. Una vez llegó a casa dejó sus cosas y se fue al lavabo. En el lavabo vomitó y vomitó hasta que se quedó vacía. Entonces se sentó en el suelo y se puso a llorar. Al cabo de tres horas paró de llorar, se levantó, se estiró en el sofá del comedor y se quedó dormida. Así fue como se la encontró Laura.

    Al día siguiente Laura y Marta hablaron de lo que había pasado. Marta le explicó lo que había pasado. Laura la escuchó.
    -La verdad que me parece que ayer lo saqué todo. Toda la angustia, la tristeza, el no saber… todo fuera. Es casi un alivio saber que se ha terminado este jugueteo. Por otro lado me jode que terminase todo así. Ni siquiera tuvo  el valor, el coraje de terminar con todo a la cara, ¿sabes lo que te digo? Quiero decir, terminar con seis años de relación con un mail. Joder, ¿qué bajo es caer eso? Es como si todo este tiempo que hemos pasado juntos no hubiera significado nada. Me siento como si hubiera desperdiciado toda una parte de mi vida, ¿sabes? Y lo peor es que aún hay una parte de mí que quiere estar con él. Que le quiere.
    -Mujer, claro. Porque tú no has terminado la relación, para ti sigue activa, aún palpitaba cuando él dio puerta. El trabajo que tienes ahora es ir podando, ir quitando todo lo que te ha dejado dentro. Que con lo que ha hecho tampoco debería ser muy difícil. Además, todos pensábamos que no pegaba nada para ti de todos modos.

    Los días pasaron. Marta se sentía triste, pero por periodos cortos. Poco a poco iba recuperándose de la traumática y definitiva ruptura. Marta pensaba que lo estaba llevando bastante bien hasta que se enteró de que Romeu estaba con otra chica. Este inesperado evento provocó una nueva recaída en una espiral de desprecio y baja autoestima. La piedra de toque fue descubrir que cuando cortó con ella ya estaría saliendo con esa… esa… tía. Seguramente por eso cogió la salida cobarde, para ahorrarse una escena porque ya estaba saliendo con otra. El desprecio y la baja autoestima dieron paso a la furia. La furia de nuevo dio paso a la baja autoestima y a la tristeza. Y de nuevo cambió. Y otra vez más. Un día Laura le dijo:
   -¿Cómo va todo por la casa del dolor?
    -Comfortably Numb. De aquella manera.     
    -Oye, no sé si te acuerdas pero el día que cortasteis tú y Romeu te dije de ir a un sitio nuevo, algo diferente que había descubierto.
    -Vagamente, para que te voy a engañar.
    -¿Te acuerdas de aquella web en la que salían postales donde la gente escribía algún secreto y luego lo dejaban por ahí y alguien las sacaba luego por la web?
    -Eh, sí. Que luego eso lo sacaron en un capítulo de C.S.I. Nueva York.
    -Efectivamente. Pues ahora lo hacen en vivo.
    -¿Cómo en vivo?
    -Pues que tú te sientas en un sitio oscuro para que no te vean y va pasando gente por una especie de escenario desde el cual pues, eso, cuentan secretos y cosas que no sabe nadie más. Hay gente que va de público y gente que va a confesar, como si dijéramos.
    -Qué tontería. Seguro que los que confiesan son actores, no personas de la calle.
    -Tía que sí. Que ya he ido una vez y eso no son actores ni nada, es gente corriente.

    El viernes fue el día escogido. No fueron a un teatro exactamente. Laura llevó a Marta por callejuelas y más callejuelas hasta que finalmente se pararon frente a una gran puerta, como las de las antiguas masías. Antes de que Laura llamase, Marta le cogió el brazo.
    -Mi sentido arácnido me dice que no tendríamos que entrar. Me parece que no me acaba de apetecer después de todo.
    -Pero si ya estamos aquí. Relájate que ya verás que está muy bien.
    Laura llamó tres veces y la puerta se abrió. Marta fue arrastrada por Laura a través de un oscuro pasillo hasta que entraron en una habitación donde había una serie de sillas puestas en fila, la mayoría ocupadas. Al poco de sentarse se apagaron las luces. Una cortina se abrió descubriendo una ventana que daba a una habitación iluminada en la que se veía una solitaria silla. Marta se dio cuenta entonces que era uno de esos espejos de un sentido que había visto en infinidad de películas. Entró una joven de cabello castaño y aspecto anodino. Se quedó mirando su propio reflejo, imaginó Marta, intentando dilucidar si había alguien al otro lado. Por unos segundos eso fue todo lo que hizo. Después de volver a mirar a su alrededor tomó aire, se quedó con la vista al frente y dijo:
    -Perdí la virginidad con mi hermano.
    La confesión fue recibida en silencio. A la chica se le subieron los colores a la cara, como si hubiese estado corriendo o haciendo el amor. Se levantó y se fue. Tras esa primera intervención a Marta no le quedaba claro que no acababa de ver la representación de una actriz. Pero eso era sólo el principio.
    Por aquella habitación fueron desfilando diferentes personas de diferentes aspectos. Un hombre con aspecto de ejecutivo: “lloro por las noches”. Una mujer de mediana edad: “no me gustan mis hijos”. Un hombre que parecía un vagabundo: “le robé a un compañero”.
    A medida que fueron pasando los confesores, Marta se sentía cada vez más aburrida. Fueran actores o no, no le encontraba la gracia a aquello de quedarse sentada escuchando las miserias de los demás. La respuesta de Laura a eso era que la clave estaba en que todos formaban parte de la performance. La obra la creaban tanto los espectadores como los confesores. Para Marta todo seguía siendo aburrimiento y morbo barato. Estaba por irse porque lo único que había sacado de la experiencia hasta ese momento era un tremendo dolor de culo por estar sentada mucho rato en unas sillas incómodas. Se iba a levantar cuando entró otra chica en la cabina de las confesiones, como la había bautizado Marta. Conocía a esa chica, estaba segura. Mientras miraba como se sentaba se devanó los sesos pensando dónde la había visto antes. La chica contó su secreto y se fue.
    Cuando salían Laura le preguntó cual era su conclusión final de lo que acababan de ver.
    -No sabría que decirte. Por un lado, es casi pornográfico quedarte ahí sentada escuchando las intimidades más íntimas de la gente, sean o no reales. Y como el porno puede resultar muy excitante y muy aburrido, dependiendo de, bueno, de la persona que haga la confesión.
    -Yo lo encuentro muy fascinante. Y por el lenguaje corporal te diría que no son actores actuando. Que es gente de verdad. Porque no conozco actores tan buenos.
    Continuaron la discusión de camino a casa.

    El lunes siguiente, Marta iba hacia el trabajo en metro. Subiendo al mismo vagón que ella, vio a la chica del secreto. Claro. A lo mejor le sonaba de esto. De ir juntas en el metro por la mañana al trabajo. La observó sin que la chica se diera cuenta. La Chica, como había pasado a denominarla Marta, era alta y pelirroja natural, o al menos no parecía teñida. Llevaba gafas de pasta negra, tenía pómulos altos y labios carnosos pero no en exceso. Iba escuchando música con un Ipod. Al bajar en su parada pasó al lado de la Chica y por lo poco que pudo escuchar pensó que lo que escuchaba era Patterns de Band of Skulls.
    El metro se alejó con la Chica dentro. ¿Dónde debería trabajar?
    Terminó su jornada laboral y volvió para casa. De nuevo en su hogar, se conectó a internet para ver el correo y ponerse al día. Entre los mensajes recientes, uno de Romeu. Se quedó helada por un momento. En el asunto ponía simplemente: lectura salón cisne. Lo abrió y sólo ponía que iba a realizar una lectura de poemas en la librería Cisne Roto dentro de una semana. Se lo había enviado a un montón de gente, ni siquiera era un mensaje donde la invitara especialmente, simplemente era una dirección más entre todas las que había incluido. El llanto empezó sin que se diera cuenta.

    Más tarde, Laura le dejó un té en la mesita de noche.
    -Aquí tienes. No irás a la lectura que hará, ¿no?
    -No, claro que no.
    Pero ambas sabían que sí iría.

    Dijo que estaba enferma y no fue a trabajar. Se fue al metro a la misma hora de siempre. Allí estaba la Chica. Hizo el trayecto como siempre, pero al llegar a la parada donde normalmente se apeaba bajó para volver a subirse a otro vagón. Desde ahí podía fijarse en la Chica sin que ella la viera. Cuando la Chica bajó, Marta la siguió para ver donde trabajaba. Esperó por los alrededores hasta que la Chica terminó su jornada y volvió para casa.
    Al día siguiente fue a trabajar como siempre. Al terminar, calculó la hora en que el metro de vuelta de la Chica pasaría con ella dentro de vuelta a casa. Y allí estaba. No le costó averiguar donde vivía la Chica.

    Laura le preguntó que hacía tanto tiempo fuera de casa, alegre del cambio producido en ella, ya que no se pasaba el día encerrada en casa. Marta se encogió de hombros. Lo que había estado haciendo era seguir a la Chica. Desde la distancia. Un impulso dentro de ella le mandaba hacerlo desde que la vio en la performance y supo su secreto.

    El Cisne Roto era una librería que tenía unas mesas donde la gente podía sentarse a beber café, un zumo o una cerveza mientras leía lo que había comprado o, como en aquella ocasión, escuchar poetas noveles recitando sus creaciones. Marta llegó no muy tarde y se sentó en una mesa lo más alejada posible del escenario, preferiblemente en Marte. Escondida tras su cerveza, vio a algunos conocidos y conocidas que también la vieron a ella y la saludaron con la cabeza. Por supuesto, en primera fila estaba sentada la nueva novia de Romeu, rubia y angelical como la asquerosa que era.
    Marta no tardó en darse cuenta de lo mala que había sido aquella idea en cuanto Romeu empezó su lectura. Cada poema era como una bofetada: Borrada, Doble cara, Te olvido en martes, Masticando corazones… Marta pudo sentir durante la breve lectura las miradas de la gente que la conocía que estaban entre el público. Decían algo, la miraban y volvían a decirse algo. Por un momento se sintió como si estuviera desnuda delante de un montón de desconocidos. Como si estuviera desnuda delante de un montón de desconocidos y estos la señalasen y se rieran y gritaran: ¡barriguita, barriguita!
    Salió tambaleándose como si estuviera borracha. De hecho, un poco aturdida sí que estaba. Sentía un remolino agitarse en su interior. Pero no lloró. No lloró al salir de la lectura y no lloró cuando llegó a casa y se estiró en su cama. El techo no había cambiado desde la mañana.

    Pidió un día de asuntos personales en el trabajo. Se quedó leyendo Snuff de Chuck Palahniuk en un bar mientras esperaba que la Chica saliese de trabajar. Cuando llegó la hora, Marta la esperó en la puerta. Cuando la Chica salió se paró, sorprendida al ver que Marta se le acercaba. Se miraron la una a la otra durante unos segundos. Marta dio un paso al frente y abrazó a la Chica murmurando unas palabras.
La Chica le devolvió el abrazo.

3 comentarios:

Javier Simpson dijo...

Buen relato, Raül. He entrado bastante bien en él. Me gustan las sensaciones que produce. Tiene su dureza.

Elena A. dijo...

Me encantò el post desde el principio hasta el final,un relato cautivador.Elena A.

Raúl Calvo dijo...

Gracias a los dos por vuestros comentarios.